25 de abril de 2014
Por qué la selección no debería ser un derecho
Alfredo Gaete: Psicólogo, Pontificia
Universidad Católica de Chile Doctor en Filosofía, University of Manchester
Docente e investigador, Campus Villarrica, Pontificia Universidad Católica de
Chile
En una columna publicada hace poco en este mismo medio, Teresa Marinovic
señala que los colegios tienen “derecho” a seleccionar a sus estudiantes. Esta
descaminada idea me parece tremendamente peligrosa: no sólo por las
consecuencias negativas que la selección acarrea, sino también porque se trata
de una idea que puede parecer casi obviamente correcta, sobre todo a quienes la
ven como una consecuencia de la libertad de enseñanza. Pero no. La selección es
nociva para nuestro sistema educativo, a tal punto que incluso si abolirla
implicara una merma de libertad, habría que evaluar la posibilidad de hacerlo.
Como sea, en ningún caso debiese ser un derecho. Permítaseme explicar por qué.
Hay tres grandes tipos de selección de alumnos en el sistema escolar
(hay más, pero estas son las más comunes): la selección por nivel
socioeconómico, la selección por rendimiento y la selección ideológica. La
primera se da cuando un establecimiento recibe a familias con cierta capacidad
de pago y cierra sus puertas al resto; la segunda, cuando admite sólo a
estudiantes que tienen desde un cierto nivel de capital cognitivo para arriba;
la tercera, cuando se exige a los alumnos o a sus familias compartir los
“valores” o “principios” de la institución.
Estos tres tipos de selección usualmente (aunque no siempre) van de la
mano. No hay nada sorprendente en ello. La investigación reciente ha mostrado
que en Chile el capital cognitivo de los estudiantes está fuertemente asociado
al nivel socioeconómico (véase, por ejemplo, el libro Dime en qué colegio
estudiaste y te diré qué CI tienes, de R. Rosas y C. Santa Cruz). Esto
explica que los liceos emblemáticos, que seleccionan por rendimiento, estén en
la actualidad virtualmente colonizados por la clase media alta (otro dato que
nos entrega la investigación en el área, dicho sea de paso). Por otra parte,
muchos colegios que hacen selección socioeconómica efectúan además selección
ideológica. El mejor ejemplo son varios de los colegios del barrio alto relacionados
con congregaciones religiosas. Al efectuar la selección tanto en la esfera
ético-religiosa como en la socioeconómica, estos establecimientos terminan por
abrir sus puertas a un grupo escandalosamente reducido de familias.
Apelar a la libertad
de enseñanza no es, en este caso, razón suficiente, dada la magnitud de los
males, actuales y posibles, asociados a las prácticas selectivas. No,
seleccionar estudiantes no debería ser un derecho, no al menos si queremos
vivir en una sociedad más justa e inclusiva que la que tenemos.
¿Y qué hay de malo en ello? Bueno, en primer lugar, hay varias razones
por las cuales la homogeneidad que resulta al seleccionar estudiantes es
indeseable. Una, que está prácticamente demostrado que un aula heterogénea
favorece los aprendizajes de todos los estudiantes (en parte por ello, creo, es
que los expertos en educación de la OCDE han señalado que la diversidad en las
escuelas debe no sólo ser aceptada –o “tolerada”, como se dice a veces– sino
abiertamente promovida). Otra, que la inequidad en el acceso a la calidad se
perpetúa (tal como lo explica muy bien F. Atria en La mala educación).
Otra –relacionada–, que la estructura social reproduce sus injusticias, dado el
círculo vicioso que se genera entre nivel socioeconómico, tipo de educación
recibida y capital cognitivo: en efecto, los estudiantes seleccionados por
capacidad de pago reciben mejor educación, lo que les permite adquirir mayor
capital cognitivo y, en consecuencia, acceder a mejores trabajos, lo que a su
vez reproduce las condiciones socioeconómicas en la generación siguiente. En
otras palabras, no se produce movilidad social.
La selección por rendimiento, en especial, es particularmente dañina,
porque favorece que la excelencia académica se busque desde el extremo
equivocado: en vez de focalizarse los esfuerzos en la formación docente y la
generación de condiciones laborales adecuadas para los profesores, la atención
se pone en el colador de alumnos. En este sentido, los liceos de excelencia son
tramposos. Sus resultados se deben, en buena medida, a que se han asegurado de
recibir sólo a estudiantes buenos o sobresalientes. Con ello se avanza poco en
la excelencia académica del país, por supuesto. Para que esto último ocurra, lo
que necesitamos es mejorar la enseñanza: ofrecer una enseñanza de calidad, de
modo que no sólo los buenos alumnos, sino todos ellos, aprendan (una enseñanza
que no sea efectiva sólo en las condiciones ideales). Si tenemos buenos
profesores, tendremos, por cierto, buenos alumnos: pero no debido a la
selección, sino debido a la enseñanza.
La selección ideológica, por su parte, puede no ser tan cuestionable en
principio, pero no está para nada claro que la libertad de enseñanza tenga que
admitir la posibilidad de enseñar cualquier ideología. Es legítimo, supongo,
que un centro educativo reciba única o principalmente a estudiantes
provenientes de familias con una cierta orientación política o religiosa; pero
si esa orientación involucra, por ejemplo, cercenarles derechos a homosexuales
y otras minorías, la “libertad” de seleccionar en virtud de ella deja de ser
tan razonable.
Quienes están interesados en proteger la selección de estudiantes tienen
que dar muy buenas razones para justificar tal proceder; razones que, hasta
donde sé, nadie ha dado. Apelar a la libertad de enseñanza no es, en este caso,
razón suficiente, dada la magnitud de los males, actuales y posibles, asociados
a las prácticas selectivas. No, seleccionar estudiantes no debería ser un
derecho, no al menos si queremos vivir en una sociedad más justa e inclusiva
que la que tenemos.
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